Cuando Dios era un conejo

«Los recuerdos», me dijo una vez, «por pequeños e insignificantes que parezcan, son las páginas que nos definen». Con esa sentencia arranca el relato que sigue la vida de Elly y su hermano Joe a lo largo de décadas en la entrañable y a veces inquietante narración de Cuando Dios era un conejo, de Sarah Winman, una voz que combina ternura y un fino sentido del dramatismo cotidiano.

A través de personajes memorables —unos padres cariñosos pero distraídos, una amiga que huele a patatas fritas, un dandi encantador, una imitadora de Shirley Bassey y un conejo llamado Dios— la novela explora la infancia, la excentricidad, el lado oscuro del amor y del sexo, y el poder de los lazos familiares. A lo largo de cuatro décadas y entre las afueras de Essex, la costa de Cornualles y las calles de Nueva York, una mañana soleada desencadena un suceso tan aterrador como inolvidable que pone en riesgo la unión de Elly y Joe y obliga a confrontar pérdidas que transforman la identidad. Es una obra escrita con prosa cálida y precisa que ofrece una reflexión íntima sobre el amor en todas sus formas y la manera en que los recuerdos, por pequeños que sean, nos reconstruyen.