Con una aparente sencillez cotidiana, La señora Dalloway reconstruye en clave interior la jornada de Clarissa mientras se prepara para dar una fiesta y recuerda relaciones que la han marcado. En esta novela, Virginia Woolf despliega una prosa de cadencia rítmica y variaciones de punto de vista que hacen aflorar lo íntimo detrás de lo público.
Partiendo de escenas aparentemente triviales —la compra de flores, la recepción— la narración entrelaza antiguos amantes, amistades de infancia y el trauma de un excombatiente suicida para revelar, como una madeja que se desenreda, un caos interior bajo el «mundo figuradamente ordenado». La estructura, rica en saltos temporales y en cambios de perspectiva, construye un tejido narrativo sofisticado que invita a acompañar a los personajes en sus flujos de conciencia y a apreciar la precisión estilística con que se exploran la memoria, la identidad y la fragilidad humana.