Cuenta una tradición que, cuando las plácidas aguas dejaron en un lugar seco la cesta donde habían sido abandonados los dos niños, una loba que había bajado desde los montes de alrededor para saciar su sed en el río, al oír el llanto de los niños, se acercó a ellos y les ofreció sus ubres con tal mansedumbre que el pastor de los rebaños del rey ‚Äìdicen que se llamaba Fáustulo‚Äì la encontró lamiéndolos con ternura.
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