Tras una visita al médico todo cambia: la enfermedad es incurable, a David le quedan cuatro meses. Hasta entonces no se había apurado. Tenía un trabajo apenas satisfactorio, amaba tocar la trompeta, seguía amando a Lisa, que lo había dejado. Estaba solo en Chicago. Sus raíces están dispersas en Brasil y en México, de donde eran su padre y su madre.En la misma ciudad vive Alex. Nació en Estados Unidos, pero es hija de una vietnamita y nieta de un soldado que peleó aquella guerra en los sesenta y desapareció una tarde. Es joven y ya tiene un hijo. Su madre y su abuela la acompañan. Sus raíces no están dispersas, aunque son algo débiles.El azar, que seguramente no existe, los une. Dos seres disímiles y complementarios que tratan de encontrar su identidad a expensas del ruido y la fatalidad de cada día. Con una aguda sensibilidad para narrar las pérdidas, los hallazgos felices y los golpes del destino que cambian una vida, Adriana Lisboa escribió una novela serena y dulce, donde la inminencia de la muerte es más la invitación a un viaje que un drama.
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