Los últimos meses de vida del pintor Klingsor transcurren entre el deseo de vivir y de obsesión por el trabajo, a la par en que se plantea el presentimiento de la muerte, que siente próxima. Tiene sólo cuarenta y dos años, pero ha tenido una vida demasiado llena y apasionada como para que pueda durar mucho más. Ésta será, así, su última estación. El placer y el tormento de la pintura, la alegría y la obsesión de la creación, la amistad sincera, un delicado nuevo amor, el encanto de la naturaleza y su alma inquieta le acompañan en sus últimos días. Alma de niño, por su parte, es el magistral análisis del comportamiento y los estados de ánimo de un muchacho que comete un insignificante hurto en su propia casa.