En las montañas solitarias de Japón la narrativa se despliega con intensidad: en El pintor de dragones la figura de Tatsu emerge como un artista salvaje y prodigioso cuya pintura de dragones nace de la obsesión por liberar a la princesa que cree transformada en criatura mítica. La novela articula un retrato íntimo de la pasión creativa y una atmósfera mística que realza las tensiones entre la tradición japonesa y las influencias occidentales.
A través del enfrentamiento con figuras como Kano Indara, defensor de las formas clásicas, la historia examina el coste del deseo, la locura y el sacrificio en un Japón que palpita en cada escena. La voz que da forma a este universo corresponde a Mary McNeil Fenollosa, cuya prosa construye imágenes poderosas y convierte el acto de pintar en un rito capaz de confrontar los misterios más profundos de la tierra del sol naciente.