Una página en blanco espera, desnuda e intimidante, y un niño siente que no sabe por dónde empezar; en El niño que pinto el mundo esa incertidumbre se convierte en punto de partida para la imaginación. Animado por un resuelto Pincel, el protagonista descubre que dibujar no es cuestión de perfección sino de disfrute: aprende a soltarse, a experimentar sin temor y a llenar el espacio con ideas que transforman lo cotidiano en un universo de posibilidades.
La narración, cuidada y accesible, invita a familias y educadores a acompañar el proceso creativo de los más pequeños, mostrando que los errores no existen cuando el objetivo es jugar y aprender. Firmado por Tom McLaughlin, este libro celebra la libertad artística, estimula la confianza y ofrece herramientas emocionales para afrontar la frustración, convirtiendo cada trazo en una oportunidad para experimentar y divertirse.