Con pasmosa regularidad una pareja se acerca al divorcio. Son un hombre perdido en su mundo, que no ha pensado en la separación, que ha pensado en poco, salvo en sus obsesiones ornitológicas, y una mujer que lo desprecia cada día más. El testigo es un niño, Adamo, que ve como naufraga su familia, como se oscurece su infancia. Pero no está dispuesto a que ese drama lo aplaste. Encuentra su punto de fuga, su pequeño e inviolable mundo, en la rama de un árbol venenoso, un tejo, asociado a la inmortalidad y la muerte. Y en una vaca que sólo él parece ver. Allí arriba el dolor se posterga. No está completamente a salvo, no podría estarlo, pero el hada de los niños, la imaginación, lo llevará entero a la adultez. Conmovedor, El árbol y la vaca se desliza entre los pliegues de un derrumbe familiar con el ojo puesto en la capacidad de un hijo para no dejar que ese torrente lo arrastre y lo condene para siempre. Con un particular sentido del humor, con una finísima sensibilidad para captar la magia de los momentos en apariencia nimios, Adrián Bravi escribió una novela hermosa. Su prosa suave y ligeramente alucinatoria envuelve al lector, del modo en que la fantasía resguarda a ese niño.
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