En una tienda de pasteles frente a un cerezo, la rutina de un joven cambia cuando una anciana le revela el arte de preparar una pasta de porotos azuki que transforma su manera de ver el mundo. En Doroyaki, Sentaro descubre junto a Tokue, una mujer algo excéntrica, que la dedicación a un oficio sencillo puede abrir camino a una amistad profunda y reconfortante; la novela de Durian Sukegawa recrea con delicadeza esos encuentros cotidianos y los sabores que los acompañan.
El relato avanza al compás de las estaciones, explorando «la belleza de lo pequeño», las marcas de heridas pasadas y las distintas maneras en que las personas enfrentan la injusticia y el mal. Con una prosa sutil y precisa, la obra transforma tareas humildes en actos de reparación y ofrece una lectura serena sobre cómo el cuidado meticuloso de lo cotidiano puede conceder consuelo y sentido en vidas fragmentadas.