Esmeralda y Quasimodo: su historia de amor y de muerte, tal vez la mejor recreación del mito de la bella y la bestia, es una de las cumbres de la novela romántica universal. La seductora gitana que se gana la vida tocando la pandereta y bailando en las calles de París, en compañía de su cabra Djali, despierta dos pasiones irreprimibles: la loca atracción sexual del archidiácono de la catedral y el amor más absoluto y puro de su protegido, el forzudo jorobado campanero de la catedral. Pero la fascinante Esmeralda cae a su vez rendida de amor por Febo, el bello y egocéntrico capitán de los arqueros del rey… Esta trama de afectos entrelazados y enfrentados estará condenada a la tragedia y exigirá las mayores pruebas de amor y heroísmo. Con todo, por encima de estos personajes memorables, sobresale otro indiscutible: la propia Catedral de Nuestra Señora de París. Tal era el deseo de Víctor Hugo, quien comenzó a escribir su novela con el fin expreso de que sus contemporáneos fueran más conscientes del valor de la arquitectura gótica, por entonces descuidada y a menudo destruida para ser reemplazada por nuevos edificios. La obra es por ello, asimismo, un magnífico homenaje al arte prodigioso que alumbró la catedral.
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