En esta novela de Alia Trabucco, Estela deja a su madre en el sur para trabajar en la casa de una familia en Santiago de Chile; en Limpia permanece los siguientes siete años, limpiando y criando a una niña acosada por la ansiedad, cuya muerte conocemos al comienzo de la narración.
Como en una tragedia griega, la tensión crece con cada página: la perra callejera, el veneno, la pistola, la confesión inconfesable del «señor» y la aparición de Carlos confluyen en un desenlace tan poderoso como inevitable. La escritura combina un pulso vertiginoso con una densidad reflexiva que explora las jerarquías, los silencios y las voces que no siempre se pronuncian; la novela confirma, con precisión implacable, la observación de Estela: «hay muchas maneras de hablar. La voz es sólo la más sencilla».