En estos relatos, Las cosas que perdimos en el fuego reúne doce cuentos que enfrentan la violencia cotidiana con lo siniestro y lo fantástico, configurando una lectura intensa y memorable. La voz de Mariana Enriquez construye escenas pobladas de detalles inquietantes: las protestas de las autodenominadas «mujeres ardientes», la figura del Petiso Orejudo, jóvenes hikikomori, supersticiones rurales y edificios que parecen tener vida propia.
Cada narración obliga al lector a seguir desapariciones y reapariciones, y pone en primer plano a protagonistas —trabajadora social, policía, guía turístico— que intentan visibilizar a seres marginados, explorando el peso de la culpa, la compasión y la crueldad en contextos verosímiles. Relatos como el de la estudiante que se arranca uñas y pestañas o el de las amigas intoxicadas durante prolongados apagones muestran el dominio de Enriquez para transformar lo cotidiano en amenaza y conmoción, y para abrir espacios de inquietud emocional que perduran después de cerrar el libro.