Al comenzar su trabajo como enfermera en una prisión de máxima seguridad, Brooke Sullivan enseguida aprende que existen tres normas fundamentales: tratar a los prisioneros con respeto, no revelar información personal y no intimar en exceso con los reclusos. En El recluso, la atmósfera se vuelve tensa y vigilada, donde cada gesto y cada silencio pueden convertir una rutina en una amenaza latente.
La narración de Freida McFadden revela que Brooke ya ha transgredido esas reglas: mantiene una conexión íntima y oculta con Shane Nelson, uno de los internos más célebres y peligrosos. Fueron novios en el instituto y fue el testimonio de Brooke el que lo llevó a prisión; Shane lo sabe y no olvida, lo que desata un pulso psicológico entre pasado y presente.
Con un pulso narrativo que alterna tensión claustrofóbica y giros inesperados, la novela explora el encierro en sus múltiples dimensiones —física, moral y emocional— y plantea preguntas sobre culpabilidad, lealtad y los límites del perdón. El ritmo sostenido y la precisión en la caracterización convierten a El recluso en una lectura que invita a reflexionar sobre las consecuencias de las decisiones cuando el pasado reaparece con memoria implacable.